Humberto Campodónico
La realización en Lima de la Conferencia de las Partes (COP) en diciembre de este año tiene la más alta importancia para el planeta, pues aquí se fijarán los ejes centrales para atacar –y tratar de derrotar– las terribles consecuencias del cambio climático que nos afectan debido a la emisión de los gases “efecto invernadero”.
La cuestión es delicada. Desde que comenzó la Revolución Industrial hasta la fecha, la temperatura del planeta ha subido cerca de dos grados. La emisión de gases contaminantes ha roto la capa de ozono y ahora los rayos ultravioleta penetran de una manera brutal. La consecuencia: se derriten los glaciares, hay sequías, inundaciones y, también, impactos negativos en agricultura, ganadería, pesca, agua y energía. También hay consecuencias indirectas: efectos sobre la salud y los ecosistemas.
Muchos economistas consideran que el calentamiento global es una “externalidad”, que “está fuera de la esfera económica propiamente dicha”. Pero no es así. Existen cálculos acerca de su impacto en el PBI. Por ejemplo, EEUU tiene su propio modelo (U.S. Market Consequences of Global Climate Change”). Por tanto, no actuar para combatirlo tiene costos enormes.
El calentamiento global es un problema típico de, valga la redundancia, la globalización. Lo que quiere decir que tiene que ser enfrentado por todos los países. Es por eso que en Naciones Unidas se formó en la década del 90 la Convención Marco para el Cambio Climático, después de la Conferencia de Río en 1992. Luego, se firmó el Protocolo de Kyoto en 1997, que planteaba que, en el 2010, las emisiones serían las mismas que en 1997.
Pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Inmediatamente surgieron controversias que se prolongan hasta hoy. Por ejemplo, EEUU se negó a ratificar el Protocolo por varios motivos. Uno, que no podían someterse a autoridades supranacionales que “vulneran” su soberanía. Dos, que uno de los más grandes contaminantes, China, no tenía compromisos vinculantes (dada su condición de país emergente), lo que de hecho “viciaba” el Protocolo de Kyoto.
Lo que China dice, junto con otros países emergentes, es que el stock acumulado desde el siglo XVIII fue causado por los países occidentales. Y agrega que, si bien China acaba de superar a EEUU como el mayor emisor anual de gases contaminantes, su emisión per cápita de gases es solo un tercio de la de EEUU. Agrega China, y también los demás países emergentes que su población tiene derecho al bienestar y el progreso entendidos igual que en EEUU y en Europa.
El tema central, entonces, radica en el estilo de desarrollo que han seguido los países industrializados y que todos los demás quieren emular. Y, claro, existen poderosísimos intereses económicos para mantener la “cultura del automóvil” que tiene, dentro de su cadena de valor, grandes empresas petroleras, refineras, estaciones de servicio y, claro, fábricas de autos con todos sus abastecedores.
La cuestión es que la COP 20 de Lima y la COP 21 de París debieran llevarnos a un nuevo Protocolo, que sea asumido por todos los países y que sea vinculante (es decir que los objetivos de reducción de gases de cada país puedan ser verificados por entes independientes que verifiquen su cumplimiento.) Tarea que no es nada fácil.
Si volvemos al principio, lo que estamos viviendo es la consecuencia del planteamiento lineal que consiste en darle toda la preeminencia a la “ciencia”, en general, y en creer, a partir de allí, que “el progreso” viene de todas maneras, sí o sí, a partir de esa premisa. Lo que estamos viviendo con el calentamiento global nos demuestra lo contrario.
Ahora bien, tampoco está planteado el alejamiento total del rol central de la ciencia en el estilo de desarrollo. Sucede que, si se adopta un compromiso global para atacar el problema, la solución es posible. El economista inglés Nicholas Stern, en un trabajo célebre del 2006, nos dice que el costo anual para que las emisiones de CO2 se mantengan en 450 partes por millón (que es lo que se necesita para que no siga subiendo la temperatura de la tierra) es 1% del PBI, que hoy es de US$ 85 billones (trillones, en inglés).
La cantidad es solo una fracción de lo gastado para atenuar la crisis financiera del 2008, devenida ahora en sistémica. Se trata, entonces, no de una crisis financiera que tiene, “al lado”, una crisis del ecosistema. Son dos caras de la misma moneda. Y su solución, por tanto, tiene que ser conjunta.
Claro, el reto de la COP 20 en Lima solo abarca el calentamiento global. Pero ese “solo” ya es bastante. Y moviliza a millones en todo el mundo. Varios miles de ellos vendrán a Lima en diciembre para exigirles a sus gobernantes que tomen acuerdos que permitan un desarrollo sostenible para que las futuras generaciones tengan un planeta que sea mejor que el de hoy.
Por eso, es lamentable que el actual gobierno se haya mandado con un paquete “reactivador” que no solo profundiza las actividades extractivas, sino que recorta el mandato de las autoridades ambientales. Justo cuando el mundo quiere que la COP 20 haga lo que tiene que hacer: avanzar hacia un acuerdo vinculante que salve al planeta.
Recuperado del diario La Repùblica, de fecha 14 de Julio del 2014, en: http://www.larepublica.pe/columnistas/cristal-de-mira/cop-20-ahora-es-cuando-14-07-2014