Teresa Tovar
Hay que hacer algo con la educación, me plantearon en clase jóvenes-ya-no-tan-jóvenes, que rondan los 30 años.
Al día siguiente de las elecciones, el tema estaba a flor de piel. El Perú parecía una caricatura de democracia, no la “fiesta democrática” de la que hablaban los canales de TV. Hubo 1,395 candidatos sentenciados según Transparencia, ¿cuántos fueron elegidos? Lo sabremos cuando roben o vuelvan a delinquir. En Lima hemos elegido uno ¡por tercera vez! Un periódico de USA preguntó a los norteamericanos: “¿Crees que nuestros candidatos son malos? Electores alrededor del Perú este domingo escogieron alcaldes, presidentes regionales y miembros de concejos municipales en la campaña más violenta que se ha vivido desde el año 2000”.
¿Por qué? Les pregunté. “Porque las nuevas generaciones nunca conocieron lo que es una democracia”. En efecto, los chicos menores de 20 han crecido en un país reconfigurado donde el lucro de grupos poderosos rige en un sistema que amalgama coimas, lobby y competencia salvaje, que convive sin espanto con la aceptación de la violencia y el delito. Esto impregna la institucionalidad y el sentido común: al 40% de la población no le importa votar por un candidato que robe pero que haga obras. La democracia deshonrada ha sido siempre para los más chicos el clima donde crecen y tienen que construir su futuro.
Los estudiantes de 30 años que me decían esto sí vivieron lo que es una democracia en el Perú, con débil institucionalidad, cierto; pero no desnaturalizada. Recuerdan cómo la rescatamos de la dictadura corrupta de Fujimori. “No valoras algo hasta que lo pierdes”, dijo Malala (Nobel de la Paz) sobre la educación prohibida por los talibanes.
Antes el sistema permitía reducir las desigualdades y ampliar el acceso de la población al Estado de Derecho. Ahora la desigualdad crece a la par que la ilegalidad e informalidad, donde se refugian los sectores populares. El hoy de Perú recuerda el contexto que antes dio origen al nazismo, que utilizó la falta de trabajo y opciones de vida para convencer a jóvenes que los judíos les estaban robando oportunidades y merecían morir. Estas elecciones y el Perú de hoy no es simple coyuntura, es el espejo sobrecogedor del país que estamos “construyendo”: un país ley-de-la-selva.
La educación tiene dos caminos: o convertirse en un ámbito de reflexión crítica y de formación de ciudadanos con autonomía moral, o limitarse a enseñar inglés, matemáticas y computación para pelearse por unos soles en nuestro modelo-selva. Es a contracorriente que los cambios surgen. Las esferas del pensamiento y cultura son la reserva moral de las sociedades, y hay momentos en que es particularmente urgente fortalecerlas.
“Me parece que en estas elecciones hubo muchos candidatos que roban, pero hay otros que no y hay que darles la oportunidad”, me dijo más tarde un niño de 8 años que estudia en un colegio alternativo. Los niños pequeños sí pueden pensar como país. Allí está la esperanza del Perú como posibilidad.