Las reglas de los intercambios internacionales para el siglo XXI se están negociando en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, en inglés), donde participan doce países de la Cuenca del Pacífico (1). Uno de los principales temas tiene que ver con una cuestión que pareciera ser de forma y no de fondo: el “supersecretismo” de las negociaciones.
Después de más de 2 años de reuniones no se conoce ni uno solo de los textos en negociación: propiedad intelectual, medio ambiente, inversión extranjera, compras gubernamentales, normas laborales, solución de controversias entre inversionistas y Estados, para mencionar los más importantes. Solo se conocen los textos “filtrados” por Wikileaks, lo que ha enfurecido a los gobiernos.
La cuestión acá es que la forma (el secretismo) es también el fondo, pues no solo importa “lo que se acuerde”, sino también el “cómo” se acuerda. En estos días en EEUU el presidente Obama quiere sacar el TPP, sí o sí, pues lo considera parte esencial, no solo de “lo comercial”, sino de su estrategia geopolítica (tratar de contrarrestar el avance de China algo que, dicen muchos analistas, ya no es posible alcanzar).
Para lograrlo se ha aliado con el Partido Republicano, pues buena parte del Partido Demócrata no lo apoya. Dice el Financial Times de Londres: “El paradigma actual del gobierno de Obama es negociar acuerdos con niveles de secretismo paranoicos y después llevarlo al Congreso para que este apruebe el tratado con un voto de “sí” o “no”, sin posibilidad de discusión alguna, para lo cual necesitan de una ley especial llamada “vía rápida” (“fast track”, en inglés) (Editorial 21/06/2015, www.ft.com).
Y agrega: “Todo este secretismo hace que el TPP sea cada vez menos legítimo. (…) A menos que se pueda construir una coalición amplia para estos Tratados, el modelo de EEUU para hacerlo está llegando al final de su vida útil”. Por tanto, dicen, se debe volver a negociar dentro de la Organización Mundial de Comercio (OMC) donde participan, de manera transparente, todos los países miembros. Lamentablemente, dice el FT, la OMC ha fracasado con la negociación de la Ronda Doha, que empezó el 2001 y hasta ahora no llega a ningún acuerdo.
Lo que el FT no dice es que la razón del “impasse” es la cambiante correlación económica mundial: las “economías emergentes” cada día pesan más y los “países avanzados” (PA) ya no pueden imponer sus reglas como antes, lo que se ha profundizado con la entrada de China a la OMC, justo en el 2001.
Así, los planteamientos de los PA de que se negocie en Doha temas como: apertura de las compras gubernamentales de los Estados a la participación de postores extranjeros, un tratado para el tratamiento de la inversión extranjera (estos, junto con otros, son los llamados “Temas de Singapur”) no fueron aceptados por los países emergentes lo que llevó al fracaso de la Reunión de Cancún en el 2003.
Y tampoco se aceptó que los PA no quisieran negociar la reducción de sus enormes subsidios agrícolas (más de US$ 300,000 millones anuales en los países de la OCDE). Así como lo leen: los supuestos campeones del “libre mercado” subsidian sus mercados agrícolas (y en el Perú el ministro Segura eliminó hace poco, sin rubor alguno, la franja de precios que permite neutralizar el impacto negativo de esos subsidios).
Dicho de otro modo: los países en desarrollo, liderados por los “chicos nuevos del barrio” (China, India, Brasil, Rusia) le dijeron “basta” a los PA. Es ahí que comienza la ofensiva de EEUU para firmar Tratados de Libre Comercio (TLC), país por país. Como ya no pueden imponer sus reglas negociando con todos, ahora negocian uno a uno con países chicos.
Ahora bien, el TPP es la madre de todos los TLC (son 12 países) y, ojo, no está China. Pero allí no acaba. En el 2013 comenzó la negociación de un TLC entre EEUU y la Unión Europea: el Acuerdo de Asociación Transatlántica (TTIP, en inglés). Así, el TPP y el TTIP confirman la sentencia de muerte a la OMC.
Las formas son el fondo, entonces. Y si vamos a los contenidos, hay también enormes problemas. Dice el Nobel Joseph Stiglitz: “Esta es la verdad del TPP: se quiere inclinar la balanza de poder para favorecer a las grandes empresas. Se trata de aumentar las utilidades de algunas empresas a costa de otras –por ejemplo a favor de “Big Pharma” contra los productores de medicinas genéricas–. Estas ganancias perjudican el bienestar de las mayorías”. Lo que agudiza la desigualdad y atenta contra el propio crecimiento económico (2).
¿Y qué hace el gobierno? Pues acompaña las negociaciones con mucho gusto. Y no nos informa lo que “negocia”. Hace un par de años se dijo que no iríamos un centímetro más allá del TLC con EEUU. Pero desde entonces, cero. Qué diferencia con Chile, donde el ministro Heraldo Muñoz ha ido al Congreso y ha sustentado lo que (a su parecer) son los pros y contras del TPP. En particular, ha dicho que “no aceptarán ir más allá de 5 años en la protección a las patentes biológicas” (La Tercera, 20/05/2015). Aún así hay una fuerte oposición al TPP.
La transparencia es un pilar de la democracia (este diario ha liderado esa reivindicación) y permite analizar el fondo del asunto. Es hora de avanzar más aún para impedir que “el centímetro” se convierta en “un metro” de concesiones y entreguismo. Todavía estamos a tiempo.