Educar para un mundo distinto
Ya van tres muertos en Apurímac por el proyecto minero Las Bambas. Los poderes fácticos y muchos políticos lamentan la perdida de dinero o de "oportunidades de inversión". Muy pocos deploran la pérdida de vidas humanas. Si los muertos son pobres, importan aún menos. La contradicción entre supuestas propuestas de desarrollo y derechos humanos es cada vez más flagrante. Los derechos humanos corren el peligro de convertirse realmente en "una cojudez" en nuestro país.
Esta contradicción entre un mundo que supuestamente "progresa" a la vez que destruye la vida y la naturaleza está comenzando a impactar la agenda internacional, lo que se refleja en los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible que buscan, además de cambiar el rumbo, generar un imaginario distinto y ello, sin duda, alude y compromete a la educación. A propósito de esto posteamos nuestro artículo aparecido ayer en Diario UNO:
Transformar nuestro Mundo
Con el título "Transformar nuestro mundo" las Naciones Unidas han aprobado 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), entre los cuales está “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad”. No se trata solo de ampliar oportunidades, sino de educar para la igualdad y para un mundo distinto: “garantizar que todos los estudiantes adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, los derechos humanos, la igualdad entre los géneros, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural”.
El actual orden económico internacional es incompatible con la agenda propuesta, en cuyo fraseo asoma la utopía: velar porque todos los seres humanos puedan realizar su potencial con dignidad e igualdad y en un medio ambiente saludable, proteger el planeta contra la degradación, erradicar la pobreza y el hambre, garantizar bienestar, vida sana y trabajo decente para todos, desvincular el crecimiento económico de la degradación del medio ambiente, preservar los ecosistemas marinos y terrestres, reducir sustancialmente la violencia y la corrupción. Concretar todo esto implica, como dice el papa Francisco, el cambio sustancial de un sistema global que provoca destrucción y “coloca a los seres humanos y la naturaleza al servicio del dinero”.
La educación en el Perú está signada por el mismo derrotero, que exige no solo “reformas viables”, sino una agenda transformadora. No es posible cambiar la educación en medio de un programa que deja intocado el modelo productor de desigualdades, violencia, daño ecológico, privatización y corrupción. En este contexto la educación pública ha devenido en un enfermo crónico, en escuelas precarias y devaluadas donde los estudiantes desaprueban matemáticas en la misma medida que aprenden individualismo y se resignan a la segregación.
No existen cambios educativos de envergadura desvinculados de lo que ocurre en la sociedad y en el mundo. Si antes la universalización de la educación estuvo entroncada al fin del orden oligárquico, hoy la educación inclusiva y de calidad para todos está enlazada al fin del fundamentalismo del mercado. De cara a las elecciones, se requiere una agenda programática en educación que tenga esa fuerza histórica y sea parte de una gesta cultural por sociedades justas y respetuosas de la vida.
Una reforma educativa de cambios puntuales instrumentales corre el riesgo de ser funcional al paradigma que define calidad como adiestramiento de “capital humano” y que establece parámetros de mercado para los currículos, la gestión escolar y la evaluación de rendimientos.
Frente a ello, está emergiendo otro paradigma orientado a metas de cierre de brechas y afirmación de derechos, que define calidad como logro de la plenitud humana; que busca la autonomía y coloca la diversidad como sello distintivo, y que desemboca en la construcción de sujetos y comunidades capaces de potenciar sus territorios y cuencas, saberes e identidades.