Conocí a Verónika Mendoza en Twitter, cuando comenzamos a coincidir en apoyo a los vapuleados Pueblos Indígenas. Yo, desde mi activismo ciudadano y como periodista; ella, desde su vocación política y como congresista.
Pocos congresistas como ella suelen hacer justicia a su mandato de representación. Me comencé a fijar en sus defensas, acciones, exigencias y posiciones de principio (atendiendo y escuchando a otros con respeto) en defensa del Estado de Derecho, las causas sociales justas o llamando a la mesura sin capitular a sus convicciones. Llamó mi atención la dulzura de su aspecto en contraste con la contundencia de sus reclamos sociales y exigencia de buena praxis política. Recordé que fue de las primeras en renunciar al partido de gobierno, en plena efervescencia del poder Humala-Heredia y cuando la mayoría de sus correligionarios les rendían pleitesía o callaban frente a abusos del gobierno. A los 11 meses, Verónika Mendoza, cusqueña, informó públicamente su renuncia al partido por su absoluto desacuerdo con el autoritarismo y atropello con el que el premier Óscar Valdés enfrentaba el conflicto en Espinar, Cusco.
“En un país como el nuestro, en pleno siglo 21, es inadmisible, inaceptable, que gente, campesinos, campesinas tengan que morir en nombre de un supuesto desarrollo económico por reclamos no atendidos oportunamente que significó la muerte de 3 personas. No se podía pasar por alto.” Al fin alguien que sin rechazar las inversiones, sin condenar los proyectos per se, repudiaba públicamente –y en contra de su propio gobierno– la arbitrariedad y el abuso para imponer una actividad extractiva a costa de vidas a las que decían beneficiar. Por fin una voz sensata que denunciaba –sin azuzar pero fuerte y claramente– que la vida de la gente no puede valer menos que cualquier monto de inversión. Más si el conflicto pudo evitarse de haber sido abordado por el gobierno con tiempo y honestidad, respetando las dudas y temores de los pobladores y con ánimo de construir confianza entre las 3 partes (gobierno como garante del cumplimiento de acuerdos, y no como juez y pro empresa como suele replicarse en casi todos los conflictos similares). Una joven política decidía, en defensa de la gente, desligarse del poder del grupo dominante; que entendía que la lealtad primera de un político es con la ciudadanía y actuaba acorde aun a costa de perder su espacio de poder.
Porque hasta la náusea estamos de políticos manoseando la democracia y degradándola. De esos y esas que creen que recitando palabras inesperadas en Harvard habrán cambiado la realidad de su vigente complicidad con la corrupción y delitos de su líder, a quien siguen apañando; de la candidata que rodeada de los mismos dinosaurios incivilizados (algún@s soeces y cobardes) sigue desconociendo la ley y la justicia impuestas a su líder por asesinato y robo tras un impecable juicio a nivel nacional e internacional. Enfermos estamos de políticos que siguen sumando a su currículum de viejas denuncias por corrupción (que nunca enfrentó porque huyó del país hasta que prescribieran), las acusaciones de ordenar asesinar a presos rendidos, procurar que la plata llegue sola para Cristos y faenones, ordenar reprimir a balazos la justa protesta de nativos abusados en sus territorios (y a los que considera de 2da clase), y al que ahora se acusa de vínculos con el narcotráfico (tras el festival de narcoindultos a puño y letra). Hastiados estamos de quienes usan la política para beneficiar a empresas perjudicando al ciudadano, como el candidato que quiere pasar por inofensivo gringo cuando esconde gruesa piel de lobista de interés empresarial por sobre el del país. “No privilegió los intereses nacionales sino los de sus clientes como Consorcio Camisea, Hunt Oil y otros que los cusqueños conocemos bien”, ha recordado la candidata a la presidencia Verónika Mendoza del PPK que fue ministro y ahora quiere ser presidente.
Algo comienza a cambiar con Verónika Mendoza en el horizonte político. Su presencia adecenta la política y empieza a encender el ánimo y la esperanza de muchos que nos resistíamos a la condena de optar por el repudio menor. La honestidad, firmeza, sensibilidad, inteligencia y auténtica vocación por el otro que ha mostrado en cada acto desde su rol de congresista, me alienta a seguir creyendo que en el Perú aún es posible que las cosas estén mejor, no solo en cifras (que siendo necesarias no resuelven nuestros profundos problemas), sino también en bienestar y paz social. Algo está cambiando para bien en la política y ese cambio se llama Verónika Mendoza.